5 may 2014

lunes, mayo 05, 2014

El sueño de Clotario Blest de la unidad de la clase trabajadora se hizo trizas este jueves en las calles del centro de Santiago. La confusión del rol de las centrales sindicales respecto a los gobiernos de turno más la confusión respecto a cuáles son los verdaderos adversarios, dieron como resultado un espectáculo que fue devorado, cual festín, por los grandes medios de comunicación afines al orden neoliberal.


El Desconcierto
¿Por qué los coligües parecieron ser los protagonistas del último 1 de mayo? Una primera explicación obvia es la animadversión entre jóvenes anarquistas y comunistas, pero ésta fue solo una expresión más de un estado de cosas del movimiento sindical que se acumula y revienta en una convocatoria como la del jueves.

Desde que el gobierno de los trabajadores fuera avasallado por la dictadura, la clase obrera no ha podido volver a erigirse como un sujeto social poderoso en el proceso político. No entraremos aquí en la fragmentación de las identidades que algunos autores atribuyen a la globalización, pero sí en la constatación de que a pesar de eso las centrales sindicales siguen siendo actores decisivos en las disputas contingentes de muchos países del mundo, logrando nuevos mecanismos de alianza y/o cohesión.

En Chile fue así alguna vez, pero ya no.


La CUT reconstruida desde fines de la dictadura no solo parió liderazgos cuyo fin era saltar, hacia “arriba”, a la política formal, como Manuel Bustos y Arturo Martínez, sino también una institucionalidad que es una mascarada de participación. En los Congresos de la Central, el voto que una minoría levanta para cambiar el mecanismo de elección actual -de delegados- por el de sufragio universal es aplastado y luego, cuando llega la elección, el ganador de turno invoca cifras inverosímiles, de miles de votos de apoyo. Pero este cálculo se hace en base a cuántos votos representa cada delegado, los que, a su vez, se justifican en función de cuántas cuotas se pagan. En resumen: dinero.  Pero el apoyo popular es imposible de acreditar, puesto que ningún trabajador vota por nadie, ni contra nadie.

Precisamente porque la legitimidad en urnas no existe, el capital político del presidente de la CUT se ha jugado en buena medida en el 1 de mayo, cargando la convocatoria de una connotación distinta a la de marchar por las demandas de los trabajadores. En el pasado, los huevos que le cayeron a Manuel Bustos o las pifias a Roberto Alarcón llevaron a que Arturo Martínez llegara en un auto polarizado directo al escenario o que, en este caso, se dispusieran medidas de seguridad adicionales a las de Carabineros para Bárbara Figueroa.

¿Es esto apropiado? Sí, respecto a la presidenta, pero no respecto a la marcha en general. No es el papel de los militantes de izquierda defender el orden público ni las sucursales bancarias. Para eso la ley dispone a un grupo de personas el monopolio de la fuerza. Otra cosa es si le dan un mal uso o si se está de acuerdo, pero es poco razonable que un civil se auto-asigne un rol de control que el resto no le ha conferido. Además,  y mirado retrospectivamente, fue una decisión política equivocada, puesto que situó a quienes lo hicieron en un lugar distinto y potencialmente confrontacional al resto de los marchantes.

Planteado esto, y volviendo al sueño de Clotario, el tema de fondo es que la CUT ya no está siendo garante de “esa preciosa joya, la unidad de la clase trabajadora”, como decía la cueca que le dedicó Inti Illimani. Por no-democrática en términos estructurales, pero coyunturalmente por la arriesgada posición de su presidenta, que ha puesto el capital político de la Central al servicio del proyecto de Michelle Bachelet. Es, ciertamente, legítimo que los dirigentes expresen afinidades frente a una determinada administración, pero sin olvidar que la naturaleza, la razón de ser de toda organización sindical es ser contraparte del gobierno de turno, cuestión que por el actual nivel de cercanía ya no se hace posible en el caso de la CUT. Peor aún, divide a los trabajadores convocados entre los que están a favor o en contra de Bachelet, introduciendo elementos exógenos a los de su propio campo.

De paso, la actual presidenta de la CUT está repitiendo el modelo que tanto se le criticó a Arturo Martínez y que terminó hundiendo su prestigio ante los trabajadores. Una central inofensiva que, en las actuales condiciones, es preferible para el poder que los convocantes a la marcha paralela, cuya actividad fue completamente ignorada por los grandes medios. Es interesante, al respecto, constatar que los opositores a la conducción de la CUT se dividieron entre quienes asistieron a la marcha oficial y quienes participaron en el acto alternativo, lo cual da cuenta de distintas estrategias (dentro y fuera) para disputar el liderazgo en el mundo de los trabajadores.

Todos estos síntomas, junto a los cuales los coligües son apenas otra arista, dan cuenta de una profunda crisis de legitimidad que urge abordar, para bien fundamental de los trabajadores y sus derechos atomizados en el Chile actual. Cuento no tan aparte son las agresiones que sufrieron grupos identificables, como los jóvenes comunistas, pero también personas que simplemente asistían a la marcha. Al respecto, en estos días ha vuelto a circular una frase de Bautista Van Shouwen según la cual “al reformismo no se le derrota, se le supera”. Dificulto que alguno de esos palos haya hecho avanzar un centímetro la causa popular. A juzgar por el festín que se dieron los canales, podríamos afirmar precisamente lo contrario.

En resumen, la actual dirigencia sindical tiene en sus manos un problema que puede revertir o profundizar. Algunas cosas son claras: hoy la CUT no puede liderar la lucha por la democratización del país, porque no es democrática. No puede ser legítima en promover el aumento de la sindicalización, puesto que en su seno no promueve la participación de los trabajadores. Y no puede sumarse con naturalidad a la calle, porque no ha provenido de ahí el poder que les puso donde están.

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