17 feb 2014

lunes, febrero 17, 2014

Ante las críticas que genera la Prueba de Selección Universitaria (PSU), el académico estadounidense Richard P. Phelps subraya los problemas del actual sistema, criticando el rol protagónico de los economistas en su génesis, por sobre los expertos en construcción de pruebas y medición. Son estos últimos los que deben reformular el examen, sostiene, y transformarlo además en un sistema abierto y transparente, en vez de la caja negra que es hoy.


CIPER Chile
Recientemente, en un seminario en la Universidad Finis Terrae, sostuve que la PSU no podía “arreglarse”, sino que debía desecharse. No abogo por la eliminación de los exámenes de admisión a las universidades, pero sí sostengo que se debe crear un examen más justo, más transparente y que entregue mejor calidad de información.

Puede que el sistema de admisión anterior (PAA y PCE) haya requerido de ajustes. Sin embargo, la estructura básica de una prueba de aptitudes o destrezas como la PAA, que se correlacione bien con el desempeño universitario, complementada con pruebas de contenidos focalizadas para las distintas carreras es lo más cercano al ideal de sistema de ingreso a la universidad al que se puede aspirar.


He examinado detenidamente la historia de la PSU durante la última década, su financiamiento y el involucramiento del Banco Mundial en su desarrollo. Un aspecto particularmente llamativo es el rol ubicuo que han jugado los economistas en la creación y evaluación de la prueba, en contraposición con la débil participación de profesionales entrenados en construcción de pruebas y medición.

En reportes de la PSU (Proyecto Fondef) y del Banco Mundial (2001 y 2005) se advierte que un año los economistas han abogado porque la PSU sea un examen de salida de la enseñanza media (que se correlacione con el desempeño escolar en la enseñanza media). Luego, en otro reporte, postulan que sea un examen de admisión propiamente tal (que se correlacione con el desempeño en la universidad); que sirva además para monitorear la implementación del nuevo currículo; que mejore la efectividad del sistema educacional y que aumente las oportunidades de acceso para alumnos de escasos recursos (de hecho, la evidencia indica que ha disminuido sus oportunidades).

Ninguna prueba puede cumplir con lo que los defensores de la PSU propusieron en relación a ella. La PSU fue promovida como una prueba que puede hacer todo lo que uno pueda desear y más, pero nada de lo prometido lo cumple bien. Es hora entregar la tarea a especialistas que verdaderamente entiendan cómo debe construirse una prueba de admisión y que estén dispuestos a ser abiertos y transparentes con el público.

Las notas escolares y el ranking del alumno en sus colegios no sustituyen la información que una buena prueba de admisión podría aportar. Claro es que en la actualidad el país no cuenta con una buena prueba, lo cual da pie para que algunos apoyen la eliminación de la PSU.

No es éste el único riesgo. Tal vez el riesgo mayor de mantener una PSU disfuncional es el de teñir a todo el sistema de evaluación con su mala reputación. Así, hay quienes han promovido la eliminación del SIMCE, que de acuerdo a lo que he observado, está bien manejado.

Por todas las debilidades que veo en el manejo de la PSU, las fortalezas del SIMCE me son evidentes. El SIMCE está pensado para entregar información que permita mejorar la enseñanza. El SIMCE no es una prueba de altas consecuencias para alumnos ni profesores. El SIMCE entrega mucha información y lo hace públicamente, ciertamente no es una “caja negra” como lo es la PSU.

Sería un error eliminar todos los tipos de pruebas, porque una esté siendo mal manejada. Las evaluaciones son necesarias. Es relativamente fácil saber lo que se está enseñando, pero sólo se puede saber cuánto están aprendiendo los estudiantes, si se les evalúa.

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